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El rostro (antes de sapo) entonces se le distendía.
Osvaldo Lamborghini, Tadeys
Antes del feo anglicismo con que hoy se lo nombra; antes de ser inocua cargada o gastada, antes de los más actuales y tumberos descanso o choreo. Antes, mucho antes de que tuviera un nombre siquiera, el bullyng, tal como se le conoce y se lo conceptúa - hostigamiento o maltrato psicológico producido entre estudiantes de forma sostenida - ya era una práctica consolidada en el noroeste del Gran Buenos Aires.
Ejercicio de aniquilación de los semejantes por invención de lo semejante, el verdugueo oficiaba de segunda naturaleza en el barrio de Hurlingham. Los clubes, las esquinas, además de la escuela, eran terrenos fértiles para el matonaje del adjetivo o la metáfora. Sus peores versiones, siempre y cuando el contexto lo permitiera, se ensayaban fronteras afuera.
Éstas abochornadas líneas intentarán recrear la genealogía de una esmerada supresión del Otro, verba mediante.
Con el Sapo M fuimos condiscípulos en la escuela Almafuerte entre los años ´90 y ´92 del pasado siglo. Laica, de progresismo pequeñoburgués de clase media/alta también del - se dijo más arriba - noroeste del Gran Buenos Aires, pero en el vecino y más pituco Bella Vista.
El Sapo M constituía un estrafalario espécimen humano. Sus atributos físicos eran cuando menos contradictorios. De estatura baja, piernas de traza y flexión anfibia; torso corto, pechudo y jorobado; brazos largos y codos punteagudos, de pteranodón aunque sin membrana. Nariz de tubérculo, con profusión de grasitud y puntos negros. El pelo, pajizo, de tonalidad clara, como quemado por tinturas, le daba un aire de vejez prematura, feminizada. Costras de jabón, cera y tierra orlaban unas orejas parabólicas en un cráneo de configuración oblonga.
Toda esa anatomía multiforme propendía a un sinfín de denominaciones hirientes. El reino animal era el recurso terminológico principal. Sapo, rana, y batracio, los tipos zoológicos que se le endilgaban. El actor dramátrico Rodolfo Ranni y el cómico Mario Sapag, de alta exposición en ese entonces, ofrecían variantes puramente nominales. Acaso Reptilio de los Thundercats, resumía el perfil fisonómico más acabado (la televisión, medium imagínico por excelencia)
Cualquier momento de la jornada lectiva era propicia. Si entraba al aula, imitábamos en acento tremendista de Jorge Bocacci cuando presentaba en Titanes en el ring a esa, según el relato, figura grotesca, totalmente antinatural: el Hombreeeee de la lagunaaaaaaaa. En la clase de Química, en la de Geografía, en la de Historia, cada vocablo significaba un potencial apodo. Menos verbalizables, asignaturas como música – sapucay, grito del chamamé- o educación física – boxibatracio, variante anfibia del célebre canguro Boxitracio- también se prestaban a la reiterada chacota.
Así, ad infinitum. Ciento trece apodos, relevados y anotados uno por uno.
Su familia, de piel opalina, como verdeada por un pigmento malsano, no pasaba desapercibida. La hermana, pionera en la eso de las cirujías estéticas había cambiado una nariz mezozoica por la de Claudia Schiffer, lo que trajo aparejado paralelos con la popular serie V, Invasión extraterrestre: Mariela-garto. Los progenitores, mucho mayores que la media del curso. El padre, Omar-ciano; cadav-Ermida la madre.
Un impensado trasfondo empeoraba todo. La frecuentación in situ del futbol – esto es, ir a la cancha de local y visitante los domingos -, y tal vez ciertas características del equipo que seguía – el “aguante” diferencial autoatribuido por los simpatizantes Boca Juniors - le habían hecho creer al Sapo M que su cuerpo, contrahecho por donde se lo mirara, podía resistir cualquier lance pugilístico que se le presentase.
Día por medio, con resultado siempre adverso, invitaba a alguien a pelear. Para mayor énfasis, solía cachetear el respaldo de alguna silla o pupitre.
-Te espero a la salida.
-Qué saltás, sapo.
-A ver si afuera sos tan guapo, cagón.
-Cerrá el orto, ranita boxeadora (la r en cada palabra era como un cierre, inapelable, r-r-r-r).
(El suplicio conoció un inaudito pico de crueldad en el hotel Usonia 2, durante el viaje de egresados de 5to año a Bariloche. El Sapo M fue atado desnudo contra una ventana que daba al hueco del edificio; desde otros pisos le sacaban fotos mientras le lanzábamos llamaradas con un encendedor y un desodorante en aerosol. Culpa del mito folklórico guaraní - estudiado en la escuela -, del sapo [Kururú] que le había robado el fuego a los buitres [Ururú] sin quemarse y se lo había entregado, bienhechor, al hombre originario).
La semana pasada, veinticinco años después de nuestro ultimo contacto de cualquier tipo, el Sapo M hizo correr una bola sobre mí. Algo, un impulso atávico lo llevó a difundir la noticia de que yo había estirado la pata. La noticia movilizó cadenas tecno-comunicacionales entre personas que hoy no reconocerían mi cara libre de acné (que unas patillas motörhedianas ocultaban con cierto éxito).
El tenue sadismo que percibí en quienes cebaban el rumor me recordó éste párrafo de Tadeys (Lamborghini, el menor), cuyo primer capítulo es una hermenéutica del sujeto verdugueado: Palabras cortadas vivas de su posible dicha, no un corte total, definitivo, sino otro que le dejaba colgajos de carne muerta y células vivas de esperanza, que son las mas terribles.
Durante esos tres años de mortificación constante, más de una vez sentí sobre mí, viva y colgando, una terrible esperanza del Sapo M: la de que me fuera derechito a tocar no el bajo, que ya tocaba, sino el arpa con San Pedro. Ojalá que te mueras, posta. La sentí como nunca el día que dos de sus tres verdugos fallecieron - tan jóvenes, tan plenos de una plenitud desaforada - en un horroroso accidente de tránsito. ¿Por qué ellos y no yo, adalid del martirio del mot juste?
El paso de los días y la escritura obraron la necesaria disección del incidente. Ahora dudo si mi presunta muerte fue un sueño del dormir o fue el soñar despierto (fantasía) de un hombre (rana) imbuido, con total justificación en su caso, por la freudiana destructividad humana, mejor conocida como pulsión de muerte (ajena). Y si fue un sueño, ¿quién soñó a quién? ¿El hombre soñó ser una rana y esa rana soñó la muerte de otro hombre, como el borgeano soñar de Chuang Tzu, pero de segundo grado? No sólo sombras de bulto bello suele vestir el sueño, está demostrado.
Horacio González, sobre el ¿Sueño o realidad? de Macedonio: seria posible que lo que se sueña ocurra luego; que en el mundo externo al igual que en el sueño, también hay un continuo desaparecer de cosas. Cosas que acosan, tanto como el croar desde la ciénaga reminiscente de aquella juvenilia atormentada.
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