La Pelusa al Huevo
- Perro Ledesma
- 24 nov
- 5 Min. de lectura

De una forma sobrehumana, a mi lado siempre tú
("Me das cada días más", Valeria Lynch)
Entren por una oreja y salgan por la otra los gorjeos de Mamá Gansa que, tras el pitazo final, logró que sus sicofantas más radicalizadas invadieran la cancha rempujando un feministómetro juntacadáveres para medir conductas machistas del finado Diego Armando Maradona (también conocido como Pelusa).
En el fuero deportivo, esta retroactividad en las reglas del juego social equivaldría a aplicarle el VAR a cada partido definitorio en que el astro futbolero soportó, con la Nación a cococho, inconcebibles castigos físicos. De tan copioso, su palmarés hubiese sido directamente proporcional a las sanciones que le habrían correspondido en – mala, poca - calidad de padre, esposo, amante y/o "compañero". (No es descabellado pensar que ese toma y daca lo hubiese complacido)
Era de esperarse que la muerte del ídolo nacional, y mundial, del fútbol dejara un tendal de necrológicas, reminiscencias, panegíricos, crónicas, memoriales y desfallecimientos de fe pagana. La republiqueta de las letras autóctonas no pudo con su compulsión de tener algo, casi siempre lloroso, para decir. Liberal lloroso: progresista, en una palabra (lamborguiniana). Esa vocación por “desangelarse” desde lo angélico-intelectual, condujo a varios de los mejor rankeados a recrear literariamente la nuestra (o sea la de ellos)
Dos casos. La rutilante Cabezón Cámara desplegó, Juan L Ortiz mediante, la metáfora de un río - un río imposible, un Riachuelo lleno de peces - y culminó su sobrecogido loor con un juego de palabras que, fuera del buscado siseo, no le hace justicia a su boom(bo) literario: “tristeza de las estrellas estrelladas”. Forn eligió, vaya novedad, la desproporción entre la humanidad del Maradona hiperterrenal y la sobrehumanidad de su transustanciación épico-escatológica. En palabra e imagen, lo ubicó entre superhéroes - de Marvel, "de pacotilla", no dudó en adjetivar - que lo reverenciaban. Repasó su rica fraseología nunca exenta de picor, sin desarrollarla.
El que volvió con bombos y platillos para la ocasión fue Hernán Casciari, que al parecer tenía escritas dos narraciones breves, Carta de una mucama y 10,6 segundos, homenajes en vida a Maradona. Lacrimógeno el primero, ingenioso el segundo, ambos relatos se refritaron profusamente en soportes escritos y audiovisuales. (María Moreno, con inspiración bochinesca, deslizó en su memorial maradoniano: Borges transmitía una castidad de hombre encerrado a solas con el universo. De Pelusa, se dirá aquí: una voluptuosidad de Superhombre nieszctheano encerrado a solas con el mundo material-sensual a su merced).
La Carta de una mucama fue escrita en, con, mediante la voz de la madre de Casciari. Nadie se va a acordar que eras un fanfarrón y un bocasucia, reza uno de los pocos pasaje logrados. Seis líneas más abajo, este aleluya masoca sí lo hará. Recuperar de Maradona el costado buscarroña, jetón. Milonguero (en sentido amplio). Rescatando la genealogía inmoral Lamborguini-Copi-Perlongher, contar, macedonianamente, lo que casi ocurrió en el mano a mano de Segurola y Habana. Buscarle Pelusa al Huevo (Y vamos a ver si me dura 30 segundos, había fanfarroneado el anfitrión).
-Bajá abajo. Bajá abajo.
El grito se oye desde la calle. Grito no: invitación a boxear. Pelusa sale al balcón a ver si la onda es con él (siempre puede ser con él). Claudia y las nenas no están. Los amigotes presentes no pueden más que partirse de risa, tal es la embriaguez psicoativa prevaleciente. Siete pisos más abajo, el Huevo Toresani cumple su afirmación de que se la aguanta y que iría a buscarlo a la casa. Pelusa, cuándo no, estalla de furia. ¿Toresani, que no esiste, quiere pelearlo?
Sale desencajado y aprieta insistentemente el botón del ascensor. Aaleeeeee, aaleeeee, putiiooooooo. Llega a la plata baja, completamente fuera de sí. Fecundo en enanismo, el portero trata de atajarlo. Pelusa se pone peor. Soltame, soltame.
-Salí afuera-, convida el Huevo.
Piña va, piña viene, los muchachos se entretienen. Van trompeándose por Segurola. Como los Hermanos Macana, tracción a bifes. En Lincoln se piden un respiro de caballeros. Manos a las rodillas, inhalar, exhalar. Se reanudan las acciones. Pelusa alterna los puños y un sincronizado bailoteo con el estilo karateca que lo hizo famoso en Cataluña, el nunca bien ponderado planchazo en los chopes. Por su parte, entre sus muchos pliegues físicos, el Huevo esconde un arma letal: el tucumano. Aun siendo santafesino, el singular juanete que conforman sus hombros, cuello y cabeza lo vuelven, volcado en ataque, un rival peligrosísimo.
Llegados a la plazoleta donde Segurola empalma con la General Paz, el Huevo arremete. La ofensiva consiste en una seguidilla de tucumanos cuesta arriba por el terraplén de la avenida que separa Capital de Provincia. Pelusa no tiene piernas; no porque se las hayan cortado: aéróbicamente hablando, ya no es el de antes. El momento es adverso. Desde la vecina Lynch llega la voz de Lynch (la cantante, Valeria), el me das, me das cada día más. Avanza cual tormenta de verano (es primavera, pero no importa). Por los entresijos de la biaba, Pelusa no sabe cómo tomar esas coplas. Si es que está cobrando para el campeonato, o es una arenga para no aflojar.
Algo indescriptible ocurre. Su excepcional campo de visión periférica, constatado por la infalible ciencia, acude a su auxilio. Sopla un aire caliente. Pelusa tararea el Ho visto, acompañado por el puntual saltito. De pronto se eleva. Suspendido en el aire, como en el 1 a 1 a Italia en México ´86, lo impacta con la cara interior del botín izquierdo y el Huevo cae desde el puente de General Paz, sobre las vías de la estación Lynch (el coronel, Francisco).
La cáscara se ha roto. Hay oro en su interior. Un huevo, otro huevo: Humpty Dumpty (feamente hispanizado Pepín Cascarón).
El viento arrecia. Ora napolitanizada, Mamma Oca, quien como divinidad que se precie le ne fregan las diversidades anatómicas o sexuales, baja aleteando y muy contrariada se lleva al Huevo-Pepín Cascarón al Empíreo de los Seres Ovales. Tres arcángeles de vuelo bajo, aunque de pierna firme y generosa, lo reciben: el Moncho Monzón, el Ruso Hrabina y el Ninja Vallejos.
Huevo-huevo-huevo, huevo-huevo-huevo, suena el coro y las fanfarrias.
Aparece La gorda Ana María y lo conduce hasta el confín, el último cielo preliminar. Allí lo espera el cancerbero (con énfasis en can). Su nombre es Blas. Se toman amorosamente de las manos y se disgregan en la infinitud. Dios los cría y ellos se Giuntan: de bueyes, de burros, allá arriba no hay diferencias, está dicho.
Acá abajo el prodigio sobreviene. Pelusa comprende que no es el único pibe de oro. Además, contra bravatas y pronósticos, treinta y un segundos duró el combate. Justo 31. El Zurdo, un tipo derecho. De regar el helecho, esta vez nada.
Comprende que es humano. Mira al cielo rebuscando al Padre, abandónico por donde se lo mire. Omniabandónico, propio de los fenómenos blanquicelestes. Pelusa un Hombre; el Hombre del Hijo. Un hombre enfermo. ¿Qué le queda, en la trampa del tiempo, sino morir en la inmediatez de goce? ¿Qué, sino el vino, los fasos, el papel de la gitana, y la nívea promesa de la blanca que Carlos Menem también toma?
En el principio era el placer, haikusea Vicente Luy, drogado al fin por Freud:
Mi enfermo es un hombre
aburrido de ser hombre.
Al enfermo de los otros, para él,
hay un poco de río en la ventana
y mímica
y aspirinas
y rebaños completos de ovejas bien educadas
y es peor.

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