top of page

No tan distinto (1989)

Perro Ledesma

Estoy caminando por Isabel la Católica, llegando ya a la esquina de Remedios de Escalada. J me esta esperando, borcegos, chupines, justificada campera negra de cuero, flequillo ramonero. Me está saludando con uno de sus acostumbrados besos de mejilla despojados de chuic. Está pasando “Rulo”, injustificable buzo anudado al cuello, le estamos dando la mano con un cariño vecinal, sin efusividad, solo como se le da a los “modernitos” (discotequeros), estamos intercambiando verdugueadas, sonrisitas irónicas, las botas esas, ¿te vas a la guerra?, el jopo ese a base gel, ¿te acabaron en la frente?


Es 1989 en la últimas, principio de diciembre. Son las 4 de la tarde. Calor calor.


Estamos subiendo al tren en la estación Hurlingham. J está repasando la lista de los asistentes al recital, yo estoy refrescándole el inviolable acuerdo de silencio que tenemos -conozco a algunos de Camargo, de la escuela, aunque ese detalle debe ser omitido-, J está diciendo que sí, que está todo joya, no me voy a ortibar así, vieja.


Estamos bajando en la estación Palomar, Boulevard San Martín después del paso a nivel la primera a la derecha, una casa con murales por fuera, una puerta que se abre sin llave, dos, tres, cinco punks cresta que van y vienen por las ajadas dependencias, porros, sal de anfetaminas, cerveza de litro, apretones de mano, Lets start a war de The Exploited sonando. Estoy conociendo a algunos miembros de las “brigadas”, J me está presentando a Tweety, mientras se acicala frente a un espejo carcomido por la herrumbre. Tweety esta soltando la parafina, me esta saludando y con la otra se esta terminando una cresta rubia compuesta por cinco estalagmitas de una hechura perfecta, todo en Tweety lo preanuncia como líder, su apariencia de pies a cabeza, ningún detalle librado al azar (la cadena de bicicleta, de atar bicicleta no de pedalear, con función estética y armamentística)

Estamos saliendo, repechando Wernicke bajo los arboles hacia Martín Coronado, seremos unos diez, yo el más discreto, el más inofensivo, pero estoy sintiendo que somos mil, la gente bien del barrio coqueto nos esta mirando, las cejas arqueadas y el aire despreciativo ante este desarrapado corso a contramano.


En la estación nos esta esperando la facción heavymetalera de la “brigada”. Vienen del lado salvaje de 3 De Febrero: Podestá, Loma Hermosa. Me los están presentando, estoy reteniendo a primera vista a Bardín, al Negro Madre, al Negro Martín.


Bardín es rubio, un calco de James Hettfield. El Negro Madre es de piel oscura, de procedencia interiorana o de países limítrofes. Metalerísimo también. El Negro Martin es un punk cresta villero de la barra brava de Chacarita. Cinturón con balas. Lleva colgado su aparentemente célebre tiki-taka, dos bolas no de juguete, sino de plomo o acero unidas por una cuerda que, me está diciendo J, las usa para zampársela en la cabeza a los skinheads.


Estoy midiendo de reojo a todos, sobre todo al Negro Martín. Malamente -tres a marzo- acabo de terminar mi segundo año de secundaria pero igual, estoy sacando este cálculo: ¿cuántos punks puede haber en la barra de Chaca? Estoy calculándolo en proporción al aguante necesario para pertenecer.


Están anunciando que por desperfectos técnicos el tren menemista circula con su habitual demora alfonsinista. Estamos caminando ni sé donde a tomar ni sé qué colectivo en Bosch o Tropezón que va para aquel lado. Todos están proponiendo diferentes variantes, la moción de Tweety prevalece.


Estoy ocupando un asiento individual, el antenúltimo. El colectivo está dando mil vueltas, yo solo estoy percibiendo el movimiento físico, petrificado, oyéndolos a los dos heraldos negros, Madre y Martín, sentados juntos, voy escuchando con atención las anécdotas –“secuencias”-, los tiros – “en un tiro esto, en un tiro lo otro”-, las “batallas”. No se parecen a las de Capital Federal. No logro definir si estoy asustado o eufórico.


En Rivadavia, los carteles pasan confirmando: Ratos de Porão en Argentina. Federación de Box. En exclusiva.


Estamos bajándonos en Castro Barros, grupos de punks, skaters y heavies arrimándose al fogón. Estamos llegando a la boletería. Con J. estamos coincidiendo en que mejor darle la teca al Negro Madre, cuyo aspecto -la palabra Madre tatuada con técnica presidiaria en el antebrazo -mantiene a raya los frecuentes pungueos de la cola. Bardín está insisiento en que quiere ser él. Alrededor, como en la canción de GBH, varios cientos de crestas, tachas, cuero, no sobrevivientes y chicos enfermos. Bardín se esta saliendo con la suya, insistidor como es, sosteniendo a dos manos el bollo de billetes, el Negro Madre pegado atrás, medio de lado, no sea cosa que haya el bardo esperable tratándose de Bardín.


Un heavy de los peorcitos que anda rondando - estoy mirando todo a una distancia prudencial - esta ubicándose atrás del Negro Madre para decirle algo al oído, en Negro Madre se está dando vuelta y lo está sacudiendo en la boca de mala manera, a quien le querés robar, salame, éste para conmigo, pim, pum, pam, están llegando los otros, alguna patada en la cabeza, gente de negro arremolinada, se esta abriendo el círculo, está entrando el Oso (o la Montaña, o El Oso la Montaña), de par en par los temibles brazos oseznos y montañeses, ya fue, ya fue, córtenla, atrás del Oso o de La Montaña dos gordos metaleros extremos vienen cargando a Muletas, rey diminuto y tullido del heavy nacional ochentoso.


Muletas esta dando unos gritos, todos están escuchando. No hay que pelear entre nosotros, hay que abatallarse con los pelados. Yo estoy oyendo otra voz, la mía, y sacando otro cálculo: conozco el barrio, mi abuela vive a siete cuadras, Diaz Velez y Billinghurst, tomarme el palo es fácil, y hasta cómodo, pero después, cómo remarla. No future. Literal.


Estamos entrando a la Federación, setenta años de secreciones pugilísitcas impregnadas en el ambiente, más el olor a chivo, a cerveza, a vino barato en tetra brik, a vómito, a meada.


En el set de los locales Rappier o Devastación estoy ubicándome en un flanco donde se pueda ver el show y que el pogo sanguinolento no me alcance de ningún modo, pero que también se aprecie en sus ribetes más explícitos.


Los Ratos de Porão están saliendo tras larga demora, y a tercer tema ya hay batalla, Bardín está en el medio de las trompadas, estoy viendo como el Negro Martín “salta” y el combate se extiende, Tweety conciliatorio tratando de razonar, y empuñando su cadena de bicicleta a los pocos segundos. La escena se esta repitiendo cada tres o cuatro temas, el show esta parando, Bardín está inmiscuido en el bardo, propio y ajeno, lo están sacando para evitar que se pudra el rancho.


Al Gordo, vocalista de la banda - un Palmiro Caballasca del under paulistano, cara bonachona, gesto afable y picarón, estomacal voz rugiente- le están sentando a Muletas en el escenario. Le "hirve" la cabeza. No está de acuerdo, está queriendo sacarlo. Muletas le está empujando las manos y le hace montoncito: qué hacé. Está sacudiendo la cabeza al ritmo vertiginoso de la música, y hace montoncito y tomatelá cuando el Gordo lo empuja para que se baje. Muletas es el monarca, ese es su trono. Además es discapacitado. El Gordo insiste. La banda sigue tocando a mil kilómetros por hora. El publico, los brazos en alto, está cambiando la mano abierta o el cuernito por el montoncito cada vez que el Gordo quiere bajar a Muletas del escenario.


Visiblemente molesto, el Gordo va resignándose, mientras siguen mechando algunos de los temas del flamante disco Brasil que están presentando y que la concurrencia está coreando de pe a pa, o cerrando ya con una sección de clásicos: Agressão repressão, Periferia, Pobreza, FMI.


No hay un ñato que no esté desgañitándose en el coro y el lamento final:


¡F-M-I!

¡F-M-I!

¡F-M-I!

¡Estamos todos vendidos!

Están volviendo para darnos los bises que todos estamos esperando y que después del jocoso Que vergonha nos está arrastrando al maremágnum hasta a los más cautos: Crucificados pelo sistema y Beber ate morrer.



Tengo quince años. Aún estoy sumido en aquella noche de diciembre. No he salido ni a ver si llueve. No sea cosa que se suspenda por mal tiempo.

Brasiliana suite



"O fogo queima tudo que sobrou/ Infelizmente, Amazônia nunca mais": así rompía este disco de esta banda -fundamentales en mi vida de acopiador amateur- que hace treinta años yo le pedí encarecidamente a mi padre que me trajera de uno de sus frecuentes viajes laborales al Grande Vecino. Una cabalgata infatigable, que no daba respiro hasta el último acorde: Amazônia nunca mais, Retrocesso, S.O.S país falido, Crianças sem futuro, ¡Farsa nacionalista! El álbum acabaría siendo lo mejor de su carrera. Ya desde la portada, el más logrado fresco de un Brasil en combustión. El fuego quemando "todo lo que sobró". Brillante. Es decir, Brasil es bolsonarista desde, más o menos, el Imperio Portugués, desde que los Braganza se instalaron allí fleteados por la marina inglesa y a cambio proliferaron las empresas inglesas que importaban manufacturas inglesas tales como patines de hielo a un país sin heladas y billeteras a un país sin papel moneda. Tenía razón Macedonio Fernández: el mundo fue inventado viejo.







© 2023 by The Book Lover. Proudly created with Wix.com

  • Grey Facebook Icon
  • Grey Twitter Icon
  • Grey Google+ Icon
bottom of page