De la nuca
- Extracto de Lo que hay que ver. Apuntes de cine
- 19 jul
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Capítulo intermedio de la esperanzadora Trilogía de la muerte, Elephant se ubica cronológicamente entre Gerry (2002) y Los últimos días (2005), basadas en hechos reales las tres. Inspirada en la masacre de Columbine del ’99, el título homenajea un corto de Alan Clarke, director de Scum (Escoria), largometraje alusivo a la situación de encierro en las muy británicas casas borstal ― educativas más que punitivas, era su lema ― destinadas a salvaguardar muchachones socialmente indisciplinados. (Mi favorita entre las de delincuentes juveniles, para que lo sepas)
A nivel narrativo, este elefante Elephant aplasta, y no es memoria. Se parece más a aquellos que se balanceaban sobre la tela de una araña y como veían que resistía, iban a llamar a otro elefante y a otro y a otro. La atmósfera se carga hasta alcanzar una densidad de cosa que se ha puesto fea: minuto a minuto, Van Sant va dejándonos presentir que lo acumulado está oliendo mal y nos lleva al funesto desenlace como chicos para la escuela, y a qué escuela, vaya a saber cuántos potenciales Helms-Burros habrán integrado la matrícula de semejante casa de estudios.
Venía mal la mano desde Battle Royale (2000), pieza de culto nipona. Un curso X de noveno grado es elegido para participar en un certamen que tiene por única regla la supresión física entre condiscípulos, por cualesquiera medios de aniquilación. Asesinato a quemarropa, ametrallamiento, mutilación, laceración, ensarte, decapitación, desmembramiento. Asoman viejas rencillas, antiguos rencores, que te apretaste a mi novio, que no me soplaste en la de matemáticas, la onda juvenil primermundista de tirarse uno contra todos, a matar.
La noticia de Columbine caló bastante hondo en la sociedad argentina. Tan habituados a nuestras propias barbaridades, la juzgamos una aberración. Matarse por los colores de un equipo de futbol, bueno, eso era una consecuencia no buscada del aguante y la pasión, pero cargarse a unos cuantos en la escuela, ese era otro cantar. Que nosotros supiéramos, todavía mandaba el te espero a la salida, plantarse, algún que otro puntazo, algún que otro fierro espantaguapos llegado promediando los ´90 para quedarse y desalojar al mano a mano y a la estricta prohibición de pegar en el piso.
Agarrar a los tiros a los compañeros de clase, qué miércoles, se pasaba de castaño oscuro.
Por esas fechas yo trabajaba de cajero en un restaurante, y recuerdo que al día siguiente, leyendo el periódico sobre el mostrador, el dueño del establecimiento apuntó con el índice dando golpecitos:
―Están del tomate los pibes ahí, ¿eh? De la nuca.
Así fue como me enteré del acontecimiento. A Elephant llegué de un modo puramente casual, fuera ya del país.
A la película también le cabría el nombre Los disfuncionales: Alex (Frost) es Alex, el más avispado de los dos masacradores. Aún con toda la vida por delante, salta a la vista su pasta de artista frustrado. Eric (Deulen) es Eric, su blondo compinche, intelectualmente menos dotado que Alex, dato que ambos manejan. John (Robinson) es John, no amigo, más bien socio de Alex, sobrelleva el alcoholismo de su padre como puede, no aparenta ser el mejor de la clase y gasta un peladito que diez años después es furor. Elias (McConnell) es Elias, aspirante a fotógrafo, no frustrado todavía, pero en eso. Brittanny (Mountains), Jordan (Taylor) y Nicole (George) son Brittany, Jordan y Nicole, tres bulímicas hablantinas a las que nada les cae bien y todo lo defenestran.
Una fija: los deportistas/patovicas, o chicos populares, los tienen de punto a Alex y a Eric, quienes hartos de soportar el verdugueo, “ordenan” armas por la web y las reciben, por correo postal y de grueso calibre. Alex y Eric se besan en la ducha, predeciblemente estos nerds nunca antes han besado a nadie. Sus caras reflejan, aparte de los psicosociales, problemas cutáneos típicos de la edad y la situación personal, con abundancia de acné en su variante pornosin (pornoco en Argentina) La parejita planea un ataque letal. Al día siguiente lo llevarán a cabo.
Disparos a mansalva, fuego, alaridos, cadáveres a montones, careo, ta-te-ti, cielo azul otoñal, y sanseacabó.
Palma de Oro.
¿Quién que ha visto cine mainstream nortemericano no espera ver una masacre? ¿Cuántos no caen redondos en una mala, digamos una Rambo, o en una pasable, pongamos una Fuego contra fuego? Por lo general, las películas de Hollywood ofrecen lotes sacrificiales de unos diez extras y un par de coprotagonistas. Elephant no es mainstream en su concepción, y adicionalmente es indie en su gestación: indie con el logo de HBO como primer imagen (asombrosa idea de independencia artística que existe en Estados Unidos, muy bien mercadeada y exportada a Latinoamérica). Sin embargo, la historia por sí misma diría poco, más allá de la consternación ante la muerte joven, máxime si es al mayoreo. (La familiaridad con la muerte en el cine nos hace reclamarle a Reygadas qué necesidad hay de que el protagonista de Japón se encame con una vieja indígena nonagenaria; fumarse uno o verla estrolada por un descarrilamiento vaya y pase)
Sobresale la apuesta estética en Elephant. La alternancia de los primeros planos se resuelve cual una posta que los protagonistas se van pasando al término de cada travelling (ahora normalizado al español travelín). Extensos, dilatados. De frente, de espaldas. Nucas por doquier. Filmada con mano maestra, nos convence de que ese era el tempo, amén o al revés de los hechos reales. El film es una seguidilla de aciertos: las breves, brevísimas secuencias en cámara lenta, la multiplicidad del punto de vista, el empalme de las historias, los diálogos intrascendentes, sin importancia, como si fuesen el sonido ambiente.
Van Sant propuso una versión estilizada/artizada de cómo pudieron haber sido las horas previas a la masacre, así de simple. Y tuvo la enorme amabilidad de eludir la mirada sociológico-explicativa, que después de Bresson fue un mero hablarle al espejo, y que el Nuevo Cine Latinoamericano vino a renovar con la noticia del paisaje exótico y del drama social generalizado.
Los travellings son, cómo no, un viaje. El viaje es tal que logra que la matanza no importe, ni siquiera las razones que la explican. “Hay muchos viajes que son mejores que el llegar a puerto” (Macedonio Fernández). ¿Que es lenta? “Hay hoy tantas frecuencia de llegar tarde a 300 kms por hora como caminando hace dos siglos” (idem.).
A años luz del apuro de Aquiles que hoy se tiene para hacer todo a velocidad de tortuga, Elephant narra un día en el dramón de los young-adults del norte, tigres y tigresas de la nueva sensibilidad. Un Día de furia (sin Michael Douglas, que desde Bajos instintos tampoco consigue dejar títere con cabeza, es más fuerte que él, rumora la prensa del espectáculo).
Ignoro, en ambos sentidos del verbo, qué piensan especialistas y catedráticos, si ha sido la propuesta de mayor riesgo estético a la hora de poner el dedo en la llaga en estas lamentables cuestiones. Para mí sí, sumado a que la película reúne dos supremas prescripciones de Oscar Wilde para la mujer: ser bella y ser triste. Y potente, si se me permite la acotación, potente en fondo y forma, ambas (Abucheos de un certain feminismongo)
Ahí está. Tómese Mongoland (2001) ―así se llama, lo juro, la vi, la tengo ― comedia romántica noruega. Ya desde el título presenta un panorama más complicado: Pía regresa a casa, se reencuentra con sus amigos, otra barra echada a perder, esta a causa del afamado síndrome nacional, chic@s que padecen dolencias sentimentales varias, fundamentalmente sufren desilusión crónica, o sufren por defectos físicos, o no pueden encontrar la inspiración esquiva, o prueban los sinsabores del amor, o incluso sufren pérdidas irreparables, como son las pérdidas de contratos discográficos en el influyente mercado musical escandinavo.

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