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Los chicos de la e-tapa

Perro Ledesma

Si no vivís acá, no sabés. De acuerdo a esta jurisprudencia matona, de prescripción oral y efecto inmediato, nadie que viva fuera del país tiene la suficiente autoridad moral para opinar. Como una sobreentendida facultad cuyo cálculo se obtuviese de la combinación variable de presencia física y tiempo: cuanto más se soporta la cotidianeidad, más derecho se tiene a expedirse sobre los principales asuntos internos. De política, ni se te ocurra. De la selección de fútbol, tampoco, pese a que ambos tópicos mantengan hoy profundas coincidencias, tales como la defraudación de expectativas o la malversación de la identidad, por no entrar en llagosas cuestiones monetarias.

Pensé, por así decir, en esto cuando me tocó ver en La Habana el definitorio partido frente a Ecuador. En La Habana asolada por el huracán Irma, y en lo personal, en los últimos estertores de un zika leve, a dios gracias.


Sin más intoxicación que la realidad/irrealidad circundante -los televisores sintonizados en la transmisión, algo de fiebre, el ahogo, los gritos de euforia por doquier- vino a mí la imagen dialéctica benjaminiana: a la manera de un relámpago, en una correlación entre intelectual y mágica, el encontronazo de lo que ha sido con el ahora. Estaba susceptible, lo reconozco. Mientras el fenómeno atmosférico embestía, yo me había dado a la relectura - diurna, porque los más suertudos estuvimos sólo cinco días sin electricidad- de unos raros/clásicos/perdidos/rescatados de la cultura porteña editados por Librería Histórica, absolutamente recomendables, Y volvió Jesús a Buenos Aires (Menéndez Calzada, 1926), La Manga (Scalabrini Ortiz, 1923) y Tangos (González Tuñón, 1926).

No fuera que la Huesuda me llevara antes una retrospectiva mínima.

En el gol ecuatoriano entendí que este equipo no desentona, no traiciona ninguna identidad, al contrario, en cierto sentido la honra, la enaltece. Este equipo es un tango: y suma (de a uno, cada tanto de a tres) y sigue. El enésimo episodio nacional de si afloja el de la zurda, es mejor que te amasijes porque al fin irás palmao.

Al de la zurda, es fama, se le afloja el caquero, ¿qué sería de nosotros, entonces?


La respuesta vino por el recurso de colgarse del travesaño emocional. Consumada la lastimera clasificación, a disfrutar de la contemplación se ha dicho. Es un aprendizaje que nos debemos los argentinos. La crítica actitudinal-conductual es improcedente. Lo dijo un experto, el equívoco profe Signorini, preparador físico de Maradona durante diez años, quien hace poco expresó públicamente un deseo más o menos extendido, esto es, que la selección quedara afuera del mundial de Rusia 2018 para tocar el definitivo fondo que parece no haber tocado aún: “En el fútbol no hay secretos. La clave está en algo que es inexplicable y que le da mucha bronca a aquellos que son adeptos a las teorías conductistas. Les da bronca lo que no tiene explicación. Los grandes jugadores pueden contemplarse y no explicarse”.


Resulta que en vez de guardar en la retina la recurrente imagen de las cabezas gachas después de cada pitazo final (la misma de un par de días, un par de meses, un par de años atrás), hay que quedarse con Messi & cía. dando saltitos en noche de Quito, arengando la magra tribuna visitante - prohibido ganar de local- con el ímpetu de esas víctimas de la sociedad capitalista de consumo que son Rafa Di Zeo o Bebote Alvarez: la mano bien arriba, flexible la muñeca para el pendular sube y baja que allá por los ´90 era signo distintivo de lo que en Hurlingham llamábamos “el salto de la Vieja”; el apasionado, y acaso paradójico, aliento futbolero de un hombre joven y robusto (esto último, sobre todo).

Sí. Resulta que nosotros, en esta descomunal inversión de roles que rige el mundo actual, debemos compadecernos de estos chicos con números en sus ropas que se ríen de todo a nariz tapada.


Separados por un año calendario y buena parte del Atlántico, Abel Prieto y Horacio González dijeron delante de mí en Lezama (Lima) está todo. No se lo decían a nadie en particular; lo venían pensando, lo saborearon para sí mismos y pusieron en palabras ese paladeo. Las dos veces comprobé que mi superficial conocimiento de su obra no me permitía siquiera un movimiento de cabeza afirmativo. En otros terrenos me defiendo más. Oscar Wilde, por ejemplo.

Ya un sabio había escrito que tiene razón en todo. Para mí, en Oscar Wilde está todo.

Cuestión que Wilde escribió, entre mil otras, esta sentencia extraordinaria que ahora - milagros de google- la gente cita: Todos estamos en la alcantarilla, pero algunos miramos a las estrellas. Pero lo que la gente olvida con la facilidad de un click es la no menottista nuestra: que nuestras estrellas miran a la alcantarilla, entonces no sabemos qué mierda pensar; si juegan cagados, o se cagan en la gente. O si son terribles soretes.

Hipostasiada en los portales web, sin una playstation no quiere divertirse esta nueva camada de astrolábiles chicos extraterrestres. Solo telefonear a casa; phone home, pone home. Aunque el dedito, el dedito para marcar tiene ese qué se yo de la orla de caca (decía Perlongher) del florete que no se succiona con fruición. Tres finales en tres años no alcanzaron para un dominio pleno en un arte tan necesitado de tripas y corazón.


Nos lleva el chanfle. Nos une el espanto-móvil; un mínimo vital. Igual, "todo pasa". Hasta Don Julio pasó. Passet, Passarella, Pasucci. Las máquinas y estos fititos, los barbones, los snobs y los hinchapelotas.


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