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¿Correr, la coneja?

Perro Ledesma

Si para Hegel la lectura de los periódicos era la oración del hombre moderno -según lo recordaba Eco-, para nosotros el eco actual de esa oración trae lapidarias resonancias de sujetos inverosímiles seguidos de predicados tremebundos, lo que los abuelos solían designar bajo el lunfardismo “una cosa espamentosa”. Por eso Borges insistía tanto en que no, que no había que leerlos, que estaban escritos para el olvido, y hete aquí que cierto lunes uno se encuentra con esta información sobre las PASO de la provincia de Córdoba, segunda en orden de importancia a nivel nacional, cuyo resultado, cosa espamentosa si la hubo, y casi por única vez contra Borges, no será sencillo de olvidar por el resto de la semana y las venideras:


Corría –es un decir- julio de 2004. P. y yo nos mudábamos a Costa Rica, a concretar aquel hermoso proyecto de café literario, de corta vida aunque muy recordado por la boheme local, que se llamó Fervor de Buenos Aires, espacio interdisciplinario de las artes y la sociabilidad. Nuestro vuelo salía de madrugada, unas horas después de la final de la Copa Libertadores que enfrentaba al poderoso Boca Juniors con la sorpresa del certamen, Once Caldas de Colombia.


La despedida se organizó con el cotejo como previa y de allí partiríamos directo al aeropuerto: había un sinfín de emociones encontradas, no sólo, o no principalmente, a causa de nuestra ausencia por tiempo indeterminado, sino también porque la semifinal había sido River vs. Boca - arbitraje de Héctor Baldassi-, aquella victoria del equipo auriazul que tuvo todos los condimentos de una tragedia shakespeareana (por no entrar en detalles macbethianos, como la gallineta de Carlitos Tévez en el gol, etc)


De manera que el grueso de los gruesos convocados al agasajo era de henchido - y herido- corazón riverplatense, por lo que la inesperada victoria del equipo colombiano significó, en la hora de los adioses, un frenesí de abrazos y llantos que quizá con otro resultado hubiésemos sido más parcos en prodigarnos. Se llegó al punto de "quedar en contacto" con amigos de amigos que habían ido apareciendo, casi desconocidos, tal era el clima de euforia reinante.

Entramos sobre las 3 am al aeropuerto internacional de Ezeiza, cargados con casi 100 kilos de sobrepeso (ollas, moldes, láminas, libros, fascículos, fotos, etc), trasnochados, no aptos para un control de sustancias psicoactivas: felices en grado Sumo. P. bastante más que yo, que la dicha frente a la desgracia futbolística ajena me llega por otro lado, de una manera más frecuente. En esos años, al menos. Ya ni eso.


Todo era un lecho de rosas en el check in, incluso estábamos disfrutando el acto parturiento de controlar la cajas y los bártulos que excedían con creces el equipaje permitido, hasta que P. empezó a quejarse en voz alta. No te puedo creeer, mirá quién está ahí... no te puedo creer, me quiero matar. Lo decía con una amargura súbita, moviendo la cabeza.


Miré hacia la derecha y en el mostrador siguiente, impecable, trajeado de gris burocrático, acompañado de dos hombres, Héctor Baldassi hacía el correspondiente papeleo para su vuelo, que parecía ser el mismo que el nuestro. Conociendo el paño como lo conozco, traté de anticipar la jugada:


-Callate, no seas pelotudo.

Arrancó otra vez, en voz baja, y fue un in crescendo: este hijo de puta se va de viaje, me quiero matar, cómo puede ser, y un rosario de indignaciones cayeron hasta que lo miró de frente y lo increpó:


-Qué bien la hiciste Baldassi, ¿eh? Vos sí que la hiciste bien...


En tres o cuatro saltitos muy aérobicos Baldassi se le plantó cara a cara. Alto, corpulento, atlético. El color negro siempre reduce, pensé, por pensar en otra cosa nomás. Así como engorda, la televisión también achica a los protagonistas de un partido de fútbol. Y la tribuna, cómo agranda a los espectadores. P. le llegaba al mentón.


-¿Qué te pasa?-, dijo en un tono nada arbitral, y se transformó.


Con todo el acento cordobés, la confesa simpatía boquense, la chapa en el corazón de referí vigilante de que fue capaz, estiró hasta lo indecible las cantadas sílabas, y pronunciando la erre por ye y la ye por i, amenazó: te yompo laaa jeta, gaaína.

Repitió, mordiendo:


-Gaína


Los dos hombres que venían con él se apersonaron en el acto y lo contuvieron. Lo llevaron hacia atrás. La gente a nuestro alrededor, que era mucha, se veía consternada. No faltó el "qué vergüenza, entre argentinos". Previsiblemente, aquello no iba a quedar ahí. No podía ni debía.


-Qué mazo me comí, boludo, qué mazo me comí, no la puedo creer....

-Terminala, chabón, ¿no ves que nos estamos yendo de viaje?


Al grito pelado de Baldassi, hijo de puta, te vas de vacaciones con la guita que te pagaron los bosteros, se armó la podrida. Las piñas no llegaron a destino gracias a la oportuna intervención de varias personas, entre las que me encontraba. Sólo unas miradas compadronas después en la fila de migraciones y asunto terminado. Al rato nos enteramos que Baldassi viajaba enviado por la AFA a la Copa América de Perú, a "representarnos" con su estilo dramatúrgico, mimético y contorsionista de dirigir, falsamente eficaz como cualquier cristiano seguidor del fútbol argentino o internacional sabe; hasta Cristiano lo sabe (foto).




Lejos, bien lejos de sentir la menor identificación con el macrismo, el PRO o Cambiemos y todo lo que representa, a Miguel Del Sel lo abracé, no me averguenza admitirlo. Al despedirnos en la embajada argentina en Panamá, me tiró los brazos y un injustificado sentimiento parecido a la ternura, una flojedad, como de sepelio, de condolencia, me impidió negarme. Condolencias por mi país, mi familia, mis amigos; por el irreparable daño que nos causarán los cuadrúpedos de turno. Aunque esto de Baldassi en las PASO es cosa seria. Espamentosísima.


Hágase de cuenta que no ha pasado nada. Como si el primer triunfo -sin dudas aleccionador- en la muy dilatada y hasta hoy casi virginal carrera política de Lilita Carrió no importara, como si la acelerada agonía de un familiar muy querido (Buenos Aires), que venía pidiendo pista hace rato, de pronto chau pichi, juntito a Discepolín. Ahora, ¿“la coneja Baldassi” protagonizando un batacazo electoral? Con eso no se jode.


Algo no está bien. Algo ha llegado demasiado lejos. Héctor Baldassi, el referí; el “internacional Baldassi”. Sobrador, farolero, ampuloso, seudo reglamentista, gesticulador, mendaz, sinvergüenza. Maradona le dijo a Juan Pablo II encima de Papa eras arquero. Pero ¿árbitro de fútbol-gobernador? Un armaguedón del sentido de conjunto arrecia, una casa Usher del edificio simbólico nacional nos espera al doblar las añoradas ochavas de Contursi y De la Púa.


La “coneja Baldassi” corre, y no corre también, ojo. Lo afirmo basándome en la experiencia personal, y a nivel conceptual, en la doble acepción de “correr” del Diccionario Etimológico de Lunfardo (Conde): “ser aceptado o tener aceptación” y “evitar una pelea por cobardía”.

El chanta se perfila como futuro gobernador de la segunda provincia más importante del país y, hay que reconocerlo, no le cabe ninguna. Es decir: cuando la invitación es a cagarse bien a trompadas, agarra viaje enseguida.


Corre esta coneja. Pucha que corre, la bribona. ¿Y nosotros? ¿A la lona, según la popular canción ochentera? La cosa no está para el siga siga de Lamolina, viejo. Hay que pararlo; de algún modo hay que pararlo. Tomala vos, damela a mí, y lo demás.







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