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El amor sin pecado es como el huevo sin sal (Luis Buñuel)
Conozco a quien le gustó más Habana blues. En una misma proyección, lo cual dificulta o facilita hacerse entender. Depende.
Resulta que el amor se acaba, las parejas se separan, una o uno se busca otros u otras personas o rumbos, y mal que bien la vida continúa. Quedamos sensibilizados. Resentidos, amargados, de capa caída. Entonces nos invitan a ver, en proyección doméstica, Ascensor para el cadalso. Nos deja sabor a poco (melodrama). Pedimos a los anfitriones si no tienen Habana blues. Los comentarios nos han persuadido de que derrocha tragiquismo. Música, palmeras, mar turquesa, fatalidad, principios, intrigas sentimentales, libertad, revolución y un fondo multicolor detrás. Servido en bandeja. Estremecidos por lo que se acaba de perder, qué queda sino yirar, yirar. Sangra por la herida; es amor. Esa acre voluptuosidad de padecer (Olivari); sí que es Argentina.
En tren de comparaciones, odiosas como suelen ser, se nota que la obra de Louis Malle está escasa de revolución, mar y palmeras. Los principios y la libertad no es que falten, son tomados como cuestiones secundarias. Sí tiene en común la intriga sentimental ―tremenda intriga― y la fatalidad, pero una fatalidad que no se derivan de las relaciones humanas, desde ya complejas, sino de la ingeniería superlativa del director. Del director y del autor, ya que Ascensor para el cadalso es la adaptación de un cuento homónimo de Noel Calef, que primero lo preadaptó para dejarlo luego en las buenas manos de Malle. (Desconozco la obra de Calef, pero trae el recuerdo de la felicísima experiencia de Sergio Renán-Juan José Saer con Tres de corazones adaptada de El taximetrista).
Es, por supuesto que lo es, una historia de amor en blanco y negro. De todo cuanto hay por ganar en una arrabatadora historia de amor, aunque el costo sean la moral y las buenas costumbres, aunque incluso la libertad entre en el cálculo de las pérdidas y haya que ir hasta las últimas consecuencias.
Florence y Julien (señora esposa de un rico inversor y exparacaidista asistente que le hace “trabajitos” al esposo, respectivamente), padecen de un amor enfebrecido que los calcina de pies a cabeza, un amor exento de cursilerías, para mayor envidia de los comunes mortales.
El juego se abre con una conversación telefónica para poner en un cuadrito. Desde una cabina pública ella, en la oficina, él.
Los amantes conciertan la cita acostumbrada. Julien queda atrapado en el ascensor de la oficina. Es sábado, jamás llegará a la hora convenida. Necesita zafarse menos por el numerito que le meterá Florence que por haber asesinado a su jefe, léase marido de ella, en connivencia y con la pistola de él, del marido, que le dio ella.
Ella: Florence, Jeanne Moreau, irresistible, lleva los pantalones del tejemaneje (“Soy yo la que no puede más. Así que es necesario”.) Se la juega, como es debido (“No te dejaré. Sabes que estaré allí contigo”). Es culpa suya que el engaño sea exquisito, la traición perdonable.
Julien. ¿Importa Julien? Se pasa la película viendo cómo se las arregla para salir de la que se metió.
Hay otra parejita. Está para dar carnadura el enredo, nada más. Louis, un joven rústico sin muchas luces, delincuentón. Veronique, una muchacha simplona, empleada en una florería. Les anda rondando el oficial encargado de investigar el magistral intríngulis, comisario Cherier, gran caracterización, policía inteligente que nos llama la atención, ese que desconocemos en Latinoamérica, de impermeable color crema y deducciones filosas. El único de los coribantes que destaca, y se debe a Lino Ventura (notable sabueso cruza de Carl Malden con Ringo Bonavena)
La música es el summun del summun. Banda sonora incontenida en el compacto de la casa disquera Fontana, original soundtrack, complete recordings. Miles Davis, a poco de reforzarse con Bill Evans y sacar Kind of blue de la galera. Viene con fotos de las sesiones de grabación en los estudios Poste Parisien, 4 y 5 de diciembre de 1957. Miles Davis, piel, camisa y trompeta negra tocando (con sordina) en la oreja a Jeanne Moreau, piel, blusa, sonrisa de lado blanca; él sopla, los labios reconcentrados, mientras ella, los labios pintados, se recoje el pelo y lo mira de reojo. Miles Davis discutiendo los arreglos Louis Malle. Qué yunta, mamita querida.
Palabras de Boris Vian (¿alguien más?), que sobrevivió a esas noches otoñales y pudo decir, como Tuñón, estuve, estuve:
La sesión de grabación tuvo lugar de noche en el estudio Poste Parisien, en una atmósfera muy relajada. Jeanne Moreau, la estrella de la película, estuvo ahí, saludando deliciosamente a músicos y técnicos en un improvisado bar. Los productores estaban ahí también, como Louis Malle quien se esforzó por obtener de Miles lo que deseaba agregarle a las imágenes. En una pantalla fueron proyectadas las principales escenas a los totalmente relajados músicos quienes fueron entrando en la atmósfera del film y empezaron a improvisar conforme la proyección iba avanzando.
La extraña sonoridad en la trompeta de Miles Davis puede notarse en la pieza “Cena en el motel”. Esto pasó cuando un fragmento de piel se desprendió del labio de Miles y quedó atrapado en la boquilla del instrumento. Y de la misma forma que algunos pintores deben la calidad plástica de su trabajo a algún accidente, Miles recibió de buen grando este “inaudito” elemento de la música (“inaudito” en el sentido literal de la palabra). Indudablemente, aún privados de las imágenes de la película, los oyentes no pueden sino ser sensibles a la atmósfera mágica y trágica creada por ese gran músico negro y sus admirables compañeros de equipo.
Escuchar Noche en los Campos Elíseos, toma 1, toma 2, toma 3, toma 4 y así sucesivamente.
Florence, Florence. Admito ponerme a altura del personaje de El enamorado de la estrella. Sigo la boca de Jeanne Moreau, no de la Johan Crawford; como un follower. Rotunda, labios de una carnosidad justa, acaso un rasgo de mestizaje, precedida de una nariz levantisca, enmarcada en hermosas facciones y ondulaciones exquisitas del cabello. ¿Cómo es posible que los sabios no le hayan dedicado apólogos del tipo El levantamiento de la ceja y la capacidad de expresarlo todo?
La vi en numerosos papeles; entiendo que Florence fue uno con mayúsculas.
Al encarnársele un vendedor de autos ("es el coche de la parisina elegante", le está diciendo), acaba de confundir a Julien con Luois, acompañado de Veronique:
―El imbécil no va a para de hablar. Julien con esa chica. ¿Por qué? No es posible. Sería demasiado mediocre.
Buscando sin respiro a su amado:
―Julien es un cobarde. No disparó. No se atreve a ser feliz.
En la fría madrugada parisina se mira en los vidrios húmedos de un auto:
―Estoy horrible, o estoy loca.
En el acabóse:
―Diez años, veinte años. Voy a ser vieja.
(Qué no daría yo por permitirme la caballerosidad de decirle no te preocupes, Jeanne, poco a poco, qué apuro hay, si algo cuando salgas te monto una residencia para adultos mayores, exclusiva, cinco estrellas, te llevaría el desayuno a la cama, nos contarías cómo fue trabajar a las órdenes de Welles y de Fassbinder, estaríamos los tres, con la hija hermosa que tengo, a ella le encanta el cine, viejos son los trapos, Jeanne)
Nos aseguran que la cinta entra en la clasificación de “film noir” o “cine negro”. El caso a develar es policial, predomina el expresionismo visual, luces y sombras se superponen, los malos no se distinguen de los buenos.
Vaya a saber. Nunca he entendido un pito de esas cuestiones.
Junto a El séptimo sello, Ciudadano Kane y Metrópolis, la que mas veces he visto.
No me canso de pensar cuándo llegará el día en una mujer pase la noche buscándome de esa amorosa manera, hasta ir presa, el pelo al viento, interrogando a porteros, mozos, calaveras, bajo ese palo de agua, al límite de la compostura, esquivando almendrones (es el cincuenta y pico), el andar ligero, suave, desenvoltura de fumadora de opio, bella, consternada, rabiosa, pasando la mano por los faroles de los autos, sofocada, jadeante.
En tal caso, no será Jeanne Moreau. Sería demasiado mediocre (para ella). Aparte los ascensores ahora son “inteligentes” ―casi a la par de los policías―, en el sentido de que se los programa para ejercer ellos solos el descortés servicio a la comunidad de ortibarse: haga esto, no haga aquello, aguarde, permita que las puertas se abran. Ya ni encerrado puede quedarse uno.
Esta va en serio. Ascensor para el cadalso Arte es entre las artes que puedan disfrutarse mientras se está de paso por el agobiante mundo de ayer y hoy. Termina que dan ganas de agitar una manito regordeta y aullar como la mujer a la salida del cine en otra de La Habana, la de los vampiros: ¡qué película!